La parte más pequeña
El cristal era frío, lo sentía en cada milímetro de su mano al tocarlo, sentía también las gotas que resbalaban sobre sus manos mojándola el abrigo. Se arrebujó aun más bajo la bufanda, sin apartar en ningún momento la mano, temerosa de que el frío despareciera y la devolviera a la realidad.
Respiró hondo una vez más y apartó la mano del cristal; los dedos estaban blancos de la presión y el frío. Estaba tiritando, esta sola y tenía miedo, miedo de las cuatro paredes que parecían estrecharse cada ves más hacia ella, miedo de la carta semiabierta en el suelo, pero ante todo, miedo de lo que había fuera, aquella voz dulzona casi pegajosa, que la invitaba a salir, llenando sus oídos de palabras dulces, mientras raspaba las puertas… la habitación de las tres puertas, una habitación donde sólo estaba ella, a oscuras y aquella susurrante voz tras las puertas.
Miró la carta, seguía allí, como desafiándola a leerla, a pesar de ya saber su contenido: iluminada por un tímido resquicio de luz que emanaba de la ventana una palabra, escrita con letras apresurada y picuda, una única palabra…SOLA… aquella palabra tan corta, tan sencilla, tan peligrosa… se abrazó a sus piernas susurrándola una y otra vez…
No sabía cuanto tiempo llevaba allí, el tiempo allí no existía, sólo la penumbra, la voz y la carta con es palabra maldita; observó sus manos, los dedos estaban amoratados y entumecidos del frío, los introdujo en los bolsillos del abrigo, entonces el bolsillo izquierdo notó un objeto extraño de tacto liso, lo extrajo lentamente y lo puso bajo la luz: era una piedra ovalada, lisa, de un color negro metálico que brillaba bajo la luz. La observó lentamente, parecía idéntica por ambos lados, pero tras darla varias vueltas notó algo, era una pequeña marca un inscripción casi imperceptible, era una palabra escrita en letras diminutas muy difícil de ver a simple vista, releyó la palabra una y otra vez grabándola en sus pupilas : esperanza .
Apretó la piedra en su puño, ahora ya había algo más que el miedo, la palabra y la bestia, ahora también estaba la esperanza. La criatura estaba cada vez más nerviosa, había comenzado a golpear las puertas, ella tenía miedo, mucho miedo, pero la forma de la piedra en su mano la hacía sentirse valiente. Cada vez más fuerza en los golpes, la bestia estaba cerca y olía el miedo. Entonces otro ruido, inconstante, suave al principio y luego feroz, se giró hacia la ventana, la lluvia golpeaba con fuerza, llamándola, ella agarró al piedra con fuerza y golpeó el cristal, apenas nada un golpe sordo, la bestia gruñía fuera, las palabras dulces habían dado lugar a gruñidos coléricos. Otro golpe, grietas en la ventana, la criatura araña y golpea la puerta.
Un golpe. Un estallido. La lluvia caía sobre su cara, empapando su ropa, devolviéndoles a sus dedos la sensibilidad, arrugaba la carta, desdibujando las letras de la palabra maldita, borrándolas para siempre; la bestia lanzó un aullido, su nombre roto en la distancia. Ella alzó los brazos y dejó a la lluvia fluir…
…Abrió los ojos lentamente, la habitación estaba bañada por una luz calida, giró perezosamente la cabeza, era una habitación verde, los aparatos electrónicos pitaban suavemente. Un hospital. Levantó el brazo derecho, en su muñeca donde antes sólo recordaba sangre ahora había un brazalete de vendas inmaculadas.
Al girar la cabeza y mirar su mano izquierda, donde sólo se veían las marcas trémulas de donde la sensatez o el miedo no dejaron pasar a la cuchilla, en el lugar donde antes había estado aquella piedra negra ahora había una mano cálida y suave que la sujetaba con fuerza sin querer dejarla ir, y tras esa mano dormida sobre la cama con las marcas enrojecidas en los ojos de haber llorado estaba su madre. Acarició su pelo sin despertarla y volvió a acostarse, cerrando los ojos esta vez sin miedo a la oscuridad.
