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Los Secretos de las Camelias

Paranoia

Siento, veo, tiemblo. La oscuridad de mi pasado amenaza la seguridad de mi presente y la brillante incertidumbre de mi futuro. Unos ojos marcados de khol encarnan mi miedo. Solo siento angustia. ¿Durará este ánimo anestesiado para siempre?¿serás capaz, con tu calma y deseo, de borrar las cicatrices de mi vida?. Responde. No puedes. No debes. Mi futuro aguarda y yo me escondo. Cobarde. La vida sigue pasando sin que yo haga nada por intentar atraparla. Odio. Tu me odias tanto como yo me odio a mi misma por huir, escapar de tu presencia de tu fuerza. De tu poder. No, no quiero. Marchate. Dejame perderme en la dulzura de su aroma. Deja que me abrace fuerte sin saber que abraza a su propia muerte encarnada en mujer. No, solo por esta noxhe no susurres esas palabras oscuras a su oído. Basta. Sólo un segundo en su pecho será suficiente. Por favor dejame robarle el ultimo suspiro con un beso y sellar mi corazón a fuego con el recuerdo de que nos amamos. Por que lo hicimos, tierna y apasionadamente. A escondidas. Huyendo de mi mundo que nos consideraba extraños y del suyo que solo nos pensaba particulares. Sólo te pido eso dejame amarle una sola noche más. Mañana podrás matarme si places, por que a tí también te amé. Tanto o más que a cualquiera de los otros que robaron su calor de mis sabanas. Por eso estas en tu derecho. Mátame lentamente sin dejar recuperarme, pero hazlo mañana. Por dios o el demonio, dejame llevarme amor a la tumba....

Rosas blancas

Era viernes. Un viernes soleado y caluroso de septiembre, pero yo tenía frío. Sentía el escozor en los brazos, causa del bello erizado. Me había quedado helada en el sitio contemplando la imagen. Blanco. Un pequeño ramo de rosas blancas enganchado a la valla. Los coches pasaban por la calle a toda velocidad pitando y soltando humo, pero yo no veía nada más que el ramo. No había nada alrededor que me diera una simple pista sobre la razón del ramo. No había cristales rotos x el suelo ni tampoco ninguna mancha de sangre, que macabramente pudiera ayudarme. Sólo estaban las cuatro rosas blancas atadas a la valla. La imagen me había dejado helada pero no sabía muy bien por qué. Quizás la sencillez del ramo, recordando a quien se había ido, me había dejado caer de bruces a la realidad. Seguí mi camino todavía con la sensación de frío corriendo por mi espalda. Tenía que averiguarlo.

Todos los días por la mañana miraba la valla y el ramo seguía allí, consumiéndose lentamente, hasta que llegado el domingo las rosas ya no eran blancas sino de un color parduzco marchito. Hasta los recuerdos se marchitaban.

El lunes el ramo volvía a estar allí, fresco y nuevo como la primera vez, haciéndome ver que me equivocaba y que ese recuerdo no se había marchitado. Desde entonces no pensé en otra cosa. Contaban los días de la semana que quedaban para que fuera de nuevo domingo. Cuando por fin llegó la fecha señalada hice algo que muchos considerarían de estúpido. Pasé casi toda la noche en vela, esperando la hora, y cuando llegaron las tres de la madrugada del lunes salí de casa para dirigirme a aquel punto. Había consultado los periódicos de las semanas anteriores y había revisado noticia tras noticia hasta encontrar lo que buscaba. Un joven murió en un accidente de moto hacía dos semanas en ese punto. El periódico mencionaba que había sido a las cuatro de la mañana y que había sido atropellado por un conductor borracho. Sabía que quien quiera que estuviera poniendo las flores estaría este lunes allí a las cuatro de la mañana. Llegué con tiempo y me senté en un banco a esperar. Las calles estaban vacías a aquellas horas, ni siquiera pasaban coches. El brillo anaranjado de las farolas teñía el ambiente de calidez artificial. Oí unos pasos y me puse en pie. Cierto era que yo esperaba a alguien, pero esos pasos podían pertenecer a otra persona que viniera con peores intenciones. Una figura oscura y achaparrada giró la esquina. Su pelo blanco brilló bajo la luz de las farolas. Llevaba un pequeño ramo de rosas blancas que contrastaba con lo oscuro de las vestiduras. Me quedé allí quieta un segundo observándola con fascinación. Desato con paciencia y cuidado el ramo mustio y con la misma tranquilidad ató el ramo nuevo. Di un paso al frente y ella se giró para mirarme. Estábamos lo bastante cerca como para que yo advirtiera la delgadez de su rostro y las profundas ojeras bajo sus ojos oscuros. Me acerqué despacio a ella. Era muy pequeña, de la altura de una niña, pero sus arrugas y sus ojos denotaban años de sabiduría y dolor. Puse la mano en su hombro y rebusqué en mi mente todo lo que había pensado decirle, pero no encontré nada:

 

-         Lo siento mucho-

 

Eso fue todo lo que pude decir. Me sentía realmente estúpida. Sin embargo ella sonrió levemente y acarició mi mano. El tacto rugoso de su mano y la terrible compasión que apareció de pronto en sus ojos, llegaron al fondo de mi conciencia haciendo que las lagrimas comenzaran a caer a raudales. Sin decir nada sacó un pañuelo del bolso y me lo dio. Después sin haber cruzado una palabra si quiera conmigo se dio la vuelta y se marchó. Yo me quedé allí llorando, Aquella mujer no me había hablado si quiera, pero con su gesto me había abierto un poco más los ojos al mundo y su crueldad. Nunca olvidaría ese encuentro.

 

En una noche de tormenta

Aquella noche había tormenta. Era una de esas noches, en las que se agradece estar bajo techo, con calefacción y envuelta como una croqueta en una manta.

Penélope estaba en su habitación, pero los ruidos de la habitación de al lado no la dejaban leer. Su hermana tenía la música tan alta que dudaba mucho que si hubiera un terremoto ella se enterara, así que cogió su libro y subió las escaleras.

Vivian con sus abuelos en una casa enorme de tres plantas. En la última, justo en frente de donde acababan las escaleras, había una habitación tan pequeña que parecía un trastero. En ella había una cama vieja, en la que cada vez que te sentabas le sonaban todos los muelles. Estaba debajo de una ventana situada en una de las aguas del tejado, contra la que golpeaban con fiereza las gotas de lluvia . La habitación contaba además con una pequeña lámpara de pie.

Hacia años que su abuela, no usaba esa habitación, así que su nieta había hecho de ella su refugio, su santuario. Allí guardaba todo lo que no quería que fuera encontrado: su diario, las fotos de sus padres. Penélope las veía una y otra vez. Sus padres habían muerto en un accidente de trafico hacia ya cuatro años. Era una noche como esa tormentosa, aunque iban con calma, no podían ver más allá del capó del coche en una curva se encontraron con un coche que iba en dirección contraria, ambos chocaron y cayeron por un barranco. Tanto sus padres como los ocupantes del otro coche murieron.

A Penélope le gustaba subir a aquella habitación, que tanto le hacia recordar a su madre. Allí hacia lo que más le gustaba a ella y lo que más le había gustado a su madre: leer

Se sentó en la cama, de manera que podía ver el cielo oscuro, se tapó con la manta y empezó a leer su libro, “El Médico”. Era uno de los recuerdos de su madre. Había aparecido en el coche tras el accidente, intacto, solo tenía las tapas un poco amarillas debido al tiempo y al sol. Acarició con suavidad las tapas sintiendo sus arrugas y sonrió. Se puso a leer, la lluvia producía un ruido hipnótico. Estuvo leyendo durante un largo rato, no podía acordarse de cuanto exactamente, ya que cuando leía el tiempo parecía no afectarla, cuando empezó a sentir, algo extraño, como si parte de ella se desprendiera de su cuerpo y saliera fuera a la tormenta. A ella siempre le habían gustado las tormentas a diferencia de su hermana. Cuando eran pequeñas, su hermana siempre lloraba, a pesar de ser la mayor. Ella, sin embargo, siempre estaba fuera cuando había tormenta, se sentía libre cuando el viento le golpeaba la cara haciendo que su melena color azabache se moviera salvaje e indomable. Le gustaba que la lluvia empapase su ropa y sentir su fuerza sobre la piel.

En ese momento ella se encontraba fuera en el tejado, sin embargo su cuerpo permanecía dentro, aún así sentía la fiereza de la tormenta en su cuerpo etéreo, como dibujado con finas líneas de aire. Saboreó la lluvia, se dejo llevar por el viento, subió a las nubes y caminó sobre su negro y esponjosos suelo, sintiéndose como una pequeña gota dentro de ellas, acarició los rayos, grito a los truenos, traspasó las copas de los árboles sintiendo como la sensación de frescura que irradiaban la corteza mojada y las hojas la llenaba por completo.

De repente, la tormenta, los rayos, el tejado y todo lo que había a su alrededor empezó a girar de manera vertiginosa produciendo una inmensa espiral que la atrajo hacia su centro.

Cerró los ojos y se dejo llevar por aquella extraña fuerza. Cuando volvió a abrir los ojos, seguía en una tormenta, sin embargo tenía la sensación de haber viajado en el tiempo.

Miró a su alrededor, a lo lejos se distinguía una carretera , por la cual conducía un coche. Una corriente de viento la empujó hasta que se encontró a la par del coche ; al mirar dentro, su corazón dio un vuelco : su padre se encontraba al volante de aquel coche, mientras su madre leía un libro en el asiento contiguo, se miraron y sonrieron. Las lagrimas corrían por las mejillas de Penélope, musitó el nombre de su madre, y esta, como si la hubiera oído , miró hacia la ventanilla donde se encontraba su hija, sus miradas se cruzaron, se quedo mirando fijamente a la ventana hasta que Penélope vio, como de su cuerpo, se separaba una imagen etérea, reflejo de su aspecto, que salió por la ventana.

Madre e hija se miraron durante unos minutos sin pronunciar una palabra se observaban intentando hablarse con la mirada. Penélope musito el nombre de su madre de nuevo, ella hizo lo mismo, se abrazaron. Por un momento volvió a sentir el calor de su madre, volvió a oler su perfume. Empezó a llorar sobre su hombro, lloró todo lo que no había llorado antes. Su madre empezó a cantarla suavemente su nana favorita y ella se calmó.

Su madre se separó de ella y miró a lo lejos, el coche con el que chocarían estaba cerca, entonces se quitó un colgante, que a Penélope siempre le había gustado y dijo

- cada vez que me eches de menos agárralo con fuerza y piensa en mí, recordarás este momento- dijo abrazándola, oyeron un gran estruendo y el espíritu de su madre se desvaneció

Cuando su abuela encontró a Penélope estaba acurrucada en la manta, sujetando con fuerza el libro de su madre contra el pecho con una mano, y con la otra sujetaba un colgante, que su abuela juraría que no había visto puesto antes a su nieta, entonces miró a la ventana, dibujado con pequeñas gotas de agua de agua se encontraba el rostro de su hija sonriente.

 

Mi secreto

Ella abrió los ojos despacio, no quería que el hechizo se rompiera tan pronto. Sonrió aliviada. Él seguí allí, su brazo todavía le rodeaba la cintura. Sintió como el pecho se le hinchaba: le quería tanto...le quería tanto que esperaba que el nunca lo viera todo. Repaso el contorno de su cara con la yema del dedo, suave y lento, no quería despertarle. Él abrió los ojos, sus ojos redondos y castaños la miraron un segundo sin comprender y al siguiente la sonrió. Esa sonrisa tan dulce, soñolienta y llena de secretos hizo que su corazón se saltara un latido. Le devolvió la sonrisa volviendo a poner todas las murallas delante de sus ojos. Él nunca debía saberlo, no, nunca. Si él supiera que cuando abría los ojos su imagen era la primera que aparecía y que cuando se acostaba era la ultima que veía. Si supiera que contaba los días hasta su próximo encuentro como días para la libertad. Si supiera que cada día sin haberse dado cuenta había caído un poco más en sus brazos...si él supiera todo eso posiblemente se asustaría y saldría corriendo o se aburriría de ella. Y ella no podía dejarlo marchar. No de nuevo. Él seguía mirándola, ahora sus ojos llenos de preguntas. Ella le sonrió y le beso. Quizás algún día se lo contara pero hoy no. Hoy era demasiado feliz como para dejar que nada se interpusiera.

Simplemente amor...

Dios mío, me siente como un crio de 18 años. Cada vez que me mira con esos ojos verdes me empieza a latir el corazón muy deprisa y casi se me olvida respirar. Es tan guapa...una niñata si, pero muy guapa. Me pregunto si tendrá novio...aunque seguro que tiene a los hombres que quiera a sus pies...

 

Perfecto, esa era la mirada que quería. Ha cambiado su postura, ya no está a la defensiva. Sus hombros se han relajado y ha estirado la espalda, ya no mira a la libreta, sino a mí: soy su objetivo. Si de algo sirve la sociología y la antropología es para esto y una tiene que utilizar para algo lo que “aprendió” en la universidad. Ahora me toca a mi mover ficha

 

Esto no está pasando, tiene que ser un sueño. Se ha levantado del asiento y se ha sentado a mi lado luego me ha acariciado el reverso de la mano y se ha acercado a mi oído suavemente. El perfume y el calor de su cuerpo contra mi brazo casi me hace perder el norte. Ella me ha susurrado en el oído, no la he entendido muy bien, pero he pillado el significado: vamos a su apartamento. Ella ya está en pie y sale del local. Me pongo la cazadora a toda velocidad. Creo que llevo la etiqueta por fuera y la cazadora muy caída, pero ahora no puedo pensar más que en ella: su pelo, sus ojos, su cintura y sus piernas. Madre del amor hermoso, esto es un sueño...

 

Me temblaba la voz cuando le he susurrado al oído y creo que lo que he dicho no tenía sentido, pero él me ha seguido cuando he salido de la cafetería. Ya estamos en la calle. El frío de octubre me despeja un poco, pero no me da tiempo a relajarme. Él está ahora a mi lado y ha puesto su brazo alrededor de mi cintura introduciendo la mano bajo la camiseta. Siento su aliento sobre mi cuello y luego un beso. Le agarró la cazadora paro y le beso mientras mis manos recorren la espalda. Creo que le digo que nos demos prisa, que mi apartamento está en el siguiente portal, pero en ese momento ya no pienso con claridad.

 

Mi jefe me va a matar...o peor a despedirme. Ah, que forma de besar. La piel es suave y blanca. Sus susurros rebotan en mis oídos, alentando mi deseo. ¡Por Dios, cuando llegamos a su apartamento!. El edificio  es elegante, un portero ya mayor nos abre la puerto y nos saluda cortésmente. Nos metemos en el ascensor. Yo no aguanto más deslizo las manos por debajo de su camiseta y ella arquea la espalda y luego me besa por el cuello y la clavícula. El pitido del ascensor indica que hemos llegado al ático. Abre la puerta a trompicones y nos metemos en su piso.

 

***

 

Me despierto al notar que la cama se enfría. Entre las sabanas revueltas sólo estoy yo. Paseo la vista por la habitación. Mi ropa interior está colgada de la lampara y el resto de mi ropa está esparcida por la habitación, como la suya. No está en la habitación. Cojo los pantalones y la camiseta y me los pongo. Ya bajaré lo demás de la lámpara más tarde. El baño está vacio también, pero alguien ha cogido una toalla. Salgo al salón con el pelo alborotado y el maquillaje echo polvo. Tampoco está allí. Por un momento me invade el temor. No puede haberse ido, no sin que...No, no se ha ido su ropa sigue en la habitación. Salgo a la terraza, le descubro sentado en una de las hamacas. Tiene el pelo negro empapado que le gotea sobre los ojos. Sus ojos redondos y oscuros se vuelven a mirarme. Hay muchas preguntas en esa mirada. Entonces veo la foto. La saqué la ultima vez que le vi, hace tres años. En ese momento se estaba girando a saludar a alguien y sonreía de lado a lado. Aún así sus ojos parecían tristes...

 

Cuando encontré aquella foto el corazón se me paró. No podía ser cierto. Había salido a la terraza, mojado y sin vestir, a aclarar mis ideas. Aquello había ocurrido hace tres años, no podía ser verdad. Ella estaba a mi lado, mirándome expectante. Con el pelo revuelto y el maquillaje desecho no parecía ya una diosa del sexo, sino una chica asustada. Sus ojos verdes ahora sin el maquillaje se veían más marrones. El pelo se ondulaba en los laterales formando tirabuzones rebeldes, y en la nariz y bajo los ojos se apreciaban multitud de pecas. Las palabras se amontonaban en mi garganta y se peleaban por salir hasta que al final sólo dos consiguieron salir de mi garganta:

 

-         Eres tú...-

 

Cuando pronunció esas palabras mi corazón dejó de latir. Se acordaba de mi. Salimos sólo un mes, el más feliz de mi vida. Yo tenía 18 años y él 21. Ese año se iba a estudiar fuera. Por aquel entonces yo intentaba ser escritora sin mucho éxito y él me criticaba cruelmente. A veces le odiaba, pero luego le daba la razón. La amistad se convirtió poco a poco en mucho más que eso, y cuando llegó la hora de que se marchase yo tenía el corazón destrozado. Sin embargo él, ya en el aeropuerto, me cogió la cara entre las manos y dijo:

 

-         Cuando seas una gran escritora yo tendré que entrevistarte y entonces volveremos a vernos-

 

Eso fue todo. No supe de él en meses. Entonces me enteré que estaba trabajando y que hacía todo lo posible por olvidarme por que lo nuestro no tenía futuro. Me lo dijo su mejor amigo, pero yo no le creí. Cogí el primer avión que pude y fui a su lado. Cuando llegué él estaba hablando con unos amigos, sonreía y se divertía, pero sus ojos parecían triste. Le hice una foto justo cuando se giró para saludarme y luego salí corriendo. Fui una cobarde, no fui capaz de decirle nada. Cuando volví a casa estuve una semana llorando sin para, luego empecé a escribir. Las palabras salían sin esfuerzo. Edité el libro por amor o por despecho, nunca lo supe. El caso es que el libro se vendía como los churros y pronto me fui haciendo famosa. Decenas de entrevistas, las mismas preguntas, pero nunca él. Hasta ahora.

 

No podía creerlo. La ultima vez que la vi yo todavía estaba estudiando en Suiza. La vi por el rabillo del ojo nada más llegó, pero era incapaz de  girarme y saludarla. Sabía que lo nuestro no tenía futuro y por el bien de los dos había que poner tierra de por medio, pero cuanto la quería dios mío. Durante los dos años que estuve fuera no supe, ni quise saber nada de ella. Recordar dolía demasiado. El año pasado volví por fin y un amigo de mi padre me contrató para su revista. Esta era la primera entrevista que hacía y tenía que ser justo ella...Había cambiado mucho durante estos tres años, pero cuando la vía así, sin peinar, sin maquillaje y con sus ojos tristes clavados en los míos, reconocí a la niña que había querido. Ahora era una mujer y una escritora de éxito. Había cumplido su sueño. Noté que empezaba a hablar, casi en un susurrro:

 

-         He cumplido mi promesa, me he hecho famosa...-

 

Tenía los ojos inundados en lágrimas. En aquel momento no pude más, tiré los argumento que me habían mantenido lejos de ella durante tres años y la abracé. La abracé fuerte, no quería dejarla marchar. Noté que ella pasaba las manos por mi espalda y me abrazaba con desesperación. Sus lagrimas me bajaban por el pecho. Olí su pelo, acaricié su piel y luego la separé de mi con suavidad:

 

-         No volveré a irme...oh, Dios, cuanto te he echado de menos- le limpié las lagrimas con el dedo- te quiero tanto

 

Cuando dijo eso mi corazón estalló de alegría. Pasé los brazos en torno a su cuello y me puse de puntillas para besarle. Un beso suave y dulce, con el que quería decirle que todo lo que había escrito para él seguía siendo cierto. Su beso correspondió al mío con desesperación, como si me hubiera echado de menos. Me abrazó con fuerza y pensé que no me importaría morir ahora, por que estaría completamente feliz...

 

 

 

Secretos

Yo llevaba más de media hora esperando en la cafetería y nadie se había fijado en mí. Sin embargo en cuanto ella entró todos los ojos se volvieron a mirarla. Llevaba una cazadora de cuero negra, una camiseta de tirantes roja, pantalones negros pitillos y botas. Paseó la mirada por el local ignorando todas las miradas. La hice un gesto con la mano y ella vino hacia mí. En cuanto se acercó el olor suave y dulce a colonia de mujer me rodeo. Sus ojos verdes se clavaron en mi y su boca dibujó una sonrisa descarada. Desde luego se notaba que no era ni de lejos su primera entrevista, pero yo tampoco me iba a dejar intimidar por una niñata de mi edad. Busqué tranquilamente una hoja en blanco en mi abarrotada libreta mientras ella pedía una coca- cola. Por supuesto no era light, estaba dejando claro que si era así de guapa y esbelta, era por meritos propios, no de la dieta. Ella volvió a mirarme y dejó caer sus largas pestañas negras de rimel. Seguro que estaba acostumbrada a conseguir a todos los hombres que quería, pero a mi me daban igual sus esculturales piernas, su cintura estrecha, su culo... Yo estaba allí para entrevistarla y punto. Sonrió desde el otro lado de la mesa como leyendo mi pensamiento. Esa mujer era un demonio...realmente la tentación.

 

Llegaba tarde para variar. Siempre que me entrevistaban me pasaba horas eligiendo que ponerme y siempre llegaba tarde, pero los estúpidos de los periodistas lo tomaban como un signo de rebeldía por mi parte y yo no les quitaba la razón. La cafetería en la que me habían citado estaba abarrotada, así que cuando entré todo el mundo se volvió a mirarle. Sabía que iba provocativa con la camiseta roja del escote enorme y mi cazadora de cuero favorita, pero después de saber quien me iba a entrevistar no pude evitarlo. Él me hizo un gesto desde una de las mesas de la esquina y me dirigí hacia allí. Sentía todas las miradas clavadas en mi nuca y me arrepentía por momentos de haberme vestido así. Me senté al otro lado de la mesa y le sonreí tan amable como pude, pero él me ignoró por completo. Dios mío...hacía casi tres años que no le veía, pero aún así se me seguía acelerando el corazón. Pedí coca-cola, un poco de cafeína me despertaria y me ayudaría a hablar. Él se había descuidado un momento y su mirada había ido a parar a mi escote. Perfecto, no me había reconocido, pero iba a caer en mi trampa...

 

Dios mío. Me había pillado mirándole las tetas y encima ahora sonreía de oreja a oreja. Realmente era una devoradora de hombres. Cada vez que se movía o se echaba hacia atrás el pelo la colonia me hacía perder un poco el norte. Las uñas largas pintadas de negro, las manos finas y blancas jugueteando con la botella de coca-cola. Mi jefa me había advertido sobre ella, y yo me había jurado a mi mismo que no sucumbiría a sus encantos, pero...los ojos tan verdes, el pelo rubio y largo, la piel tan blanca...Dios mío no me estoy enterando de nada de lo que me está contando...

 

Me está costando mucho trabajo mantener este papel con él, pero ya que no me ha reconocido seguiré un rato más. Cada vez está mas alterado, lo notó, hace rato que no para de borrar todo lo que escribe en esa libreta cutre. No puedo parar de juguetear con la botella, estoy tan nerviosa que mis dedos tiemblan, pero él no parece notarlo. Madre mía...¿por qué será tan difícil decirle quien soy?

 

Ya he terminado la entrevista. Ella me ha contado lo mismo que les contó a los otros. Sigue siendo un misterio. Esta mujer es la escritora más aclamada del momento y apenas parece importarle, está sentada enfrente mio tomándose un café tranquilamente. Todos los ojos del bar están puestos en ella. Su imagen aparece constantemente en la televisión, es lógico que la gente la conozco, pero a ella parece no importarle. Leí su libro antes de hacerle la entrevista. Debo decir que me enganchó hasta el ultimo momento, a pesar de que era una historia de amor clásica(que yo no suelo leer) era tan real que hacía que el corazón te latiera más fuerte e incluso te dieran ganas de llorar en algunas partes.

 

Maldita sea, todo el bar está mirándome. Odio la fama. Yo no escribí ese libro para hacerme famosa, de hecho nunca pensé que me lo publicarían. Lo escribí sólo para él y el muy imbecil está sentado al otro lado de la mesa mirándome como si fuera alguna clase de musa griega. Seguro que ni siquiera ha leído el libro...Continuará

 

 

 

PESADILLA

 

 

 

 

mano sangrienta

Se despertó bañada en sudor. Era pleno verano y el calor era asfixiante. Se revolvió en la cama inquieta. Pum, pum. ¿Qué había sido eso? estaba segura de que acababa de oir algo. Pum, pum. Algo estaba dando golpes contra el cristal. Su corazón se aceleró. Era una estupidez y lo sabía, pero no quería darse la vuelta. ¡PAM!. La ventana se había abierto y había golpeado la pared. Las hojas que tenía en la mesa empezaron a revolotear por la habitación. Suspiró molesta y se levantó a cerrar la ventana. Había cerrado la ventana y apilado de nuevo todos los papeles cuando vio el cuaderno rojo. Era el que utilizaba habitualmente para dibujar, pero no recordaba haberlo dejado encima de la mesa. La ventana volvió a abrirse de un golpe sobresaltándola. El aire caliente y pegajoso empezó a pasar las hojas del cuaderno. El sudor se volvió frío de pronto y el terror se congeló en su garganta. Todo lo que ella había dibujado había sido deformado. Las caras esgrimían expresiones grotescas de ojos desencajados, labios sangrientos y narices aplastadas. Las imágenes se habían vuelto sanguinolentas y repulsivas. Sintió como un aliento dulzón le erizaba el bello de la nuca y unas garras afiladas le acariciaban la garganta siseando. Esta vez si gritó, gritó hasta que aquellas garras afiladas silenciaron su grito.

 

Se despertó bañada en sudor. La ventana daba golpes con fuerza. Se pasó las manos por el cuello ansiosa. No había rastro de heridas o sangre. Todo había sido una pesadilla. Suspiró un momento dejando que su corazón se relajara. La pesadilla había sido tan real que aún estaba temblando. La ventana volvió a dar un golpe y se levantó a cerrarla. El cuaderno rojo estaba allí igual que en su sueño. Pasó los dedos con cariño por sus tapas rotas y lo abrió. Los dibujos no había cambiado, pero había uno nuevo que no recordaba. La sangre se le congelo en las venas y el corazón dejó de latir por un momento. El dibujo estaba hecho con tinta rojiza fresca. Sangre. Era un retrato. Aparecía ella misma con el cuello sangrando, tal como aparecía en su sueño, y por detrás unas garras afiladas y una sonrisa malévola. En ese momento vio las marcas de la ventana. Seis arañazos sanguinolentos cubrían el cristal. Se estremeció al sentir la presencia a su espalda. Esta vez no era una sueño y no habría escapatoria posible.

Solaris

Solaris

Aquel maldito callejón apestaba. Había bolsas de basura rotas por el suelo y los desperdicios se amontonaban en las esquinas. Eran aún más odiosos cuando se escondían en sitios como aquel. Cerré los ojos y dejé que mi aura se expandiera. Al principio solo noté las vibraciones de gatos callejeros y algunas ratas. Un pico, allí detrás, dentro del cubo de basura caído. La sombra se proyectaba de tal forma que no podía mirara que había dentro sin arriesgarme. Enredé un trozo del hilo dorado en mi dedo, listo para atrapar lo que fuera. Me acerqué al cubo y aún manteniendo la distancia le di una patada y me eché hacia atrás. El cubo se movió ligeramente y comenzaron a oírse gruñidos molestos y rascar de zarpas. Tenía el hilo sujeto con tanta fuerza que estaba empezando a cortarme. Un gato enorme salió del cubo de basura. Tenía el pelaje pardusco sucio y arrancado en algunas zonas, sus ojos eran amarillos y penetrante. Se quedó mirándome un rato con aquellos inquietantes ojos y yo le sostuve la mirada.

 

-         Conmigo no te hagas el inocente, sé perfectamente quien eres-

 

Aguantó mi mirada un momento más, probando mi determinación y luego dibujando una sonrisa maligna con su cara de gato empezó a transformarse. Tenía todo el cuerpo tenso, alerta, con la mano que sujetaba el hilo aún oculta en el bolsillo. Aquella cosa ya no se parecía nada a un gato. Me doblaba la estatura, tenía la piel grisácea y tan fina que podía ver la pared a su espalda. Sus ojos eran redondos, parecidos a los de un reptil y su boca, cubierta por dos filas de dientes me sonreía malévola. Apareció con su forma más temida solo por el placer de aterrorizarme, pero no iba a darle ese gusto. Aguanté su mirada, aunque las rodillas comenzaban a temblarme y cada vez me costaba más mantener la respiración calmada:

 

-         Sh- Solaris ¡Cuanzo guszo!- sonaba como una serpiente

-         No por mi parte-

-         ¡Oh! Que descozess...pero si hass venido a vissizarme- flotaba a mi alrededor

-         Sabes perfectamente por qué he venido- dije ignorando sus giros. Parecía un gato acechando a un ratoncillo

-         Bufff... Zanzo jaleo por unoss sseres zan pequeñitos...-

-         Sabes de sobra que lo que has hecho está prohibido-

-         Mereció la pena shh- sus ojos brillaron rojos de repente.

 

Aquel ser que pululaba a mi alrededor, y todos los otros como él, eran el origen de casi todos los miedos humanos. Vampiros, hombres lobo, brujas, fantasmas... todos habían nacido de su malvada y retorcida imaginación. Cambiaban de aspecto y poder para acercarse a los humanos y alimentarse de sus miedos y pasiones. Podían ser desde un  sensual vampiro hasta una bruja llena de verrugas. También podía tomar formas microscópicas, adentrarse en el cuerpo y nutrirse de él desde dentro. Sin embargo, no eran todo poderosos, se les podía controlar y matar, y a eso me dedicaba yo. Me habían elegido de entre cientos de personas para encargarme de aquel desagradable trabajo. Nada de antigua familia de cazadores, madre asesinada o búsqueda de venganza. Podría decirse que todo fue casualidad, estar en el lugar menos indicado, en el momento menos oportuno y encontrarte con algo que debes cargar. Un carrete de hilo dorado para controlar a aquellos escalofriantes seres. Maldita mi suerte:

 

-         Debes pagar tus culpas- mi voz sonaba distante como si quien estuviera hablando no fuera yo

-         Shh... Ssolaris, Ssolaris... ¿no podríamoss dejar esse assunzillo enzre nossozros?- estaba a mi espalda, susurrándome al oído. Olía a podrido

-         Te has equivocado por segunda vez bicho-

 

El nudo ya estaba listo. Saqué la mano del bolsillo y le acerqué el hilo a la cara. Olor a quemado. El bicho retrocedió chillando, el hilo le había dejado una cicatriz de lado a lado de su asquerosa cara. Sus ojos habían cambiado de nuevo de color, ahora estaban blancos de ira. Si alguno de sus ataques me alcanzaba en ese estado no sobreviviría. Solté un poco más de hilo y comencé a girarlo a mi alrededor como si fuera un vaquero. No se acercaba al hilo, daba vueltas a mi alrededor, como un chacal que tiene arrinconada a su presa. Si intentaba atraparlo ahora me destrozaría, pero tenía que terminar pronto o llegaría tarde a clase otra vez.

El bicho se deshizo en polvo, mezclándose con la suciedad del suelo. No había esperado un final tan rápido. Su ira le había cegado, me había atacado en el momento equivocado, y el hilo se había enredando en uno de sus dedos, su fin. Yo parecía una imagen navideña en aquel momento, completamente cubierta de polvillo blanco y con hilo dorado enredado por todas parte. Me sacudí el pelo intentando quitar parte de aquella porquería, pero no había forma, tendría que ir así a clase. Recogí la mochila y salí corriendo.

Cuando llegué la clase ya había empezado. Entré todo lo sigilosa que pude, pero aún así noté una mirada malhumorada del profesor clavada en mi nuca. Siempre llegaba tarde a clase y a los profesores no les sentaba muy bien que digamos. Me senté en la ultima mesa de la clase, sola como siempre. Ninguno de mis compañeros me dirigió si quiera una mirada, yo les daba igual. No hablaba con ellos, no jugaba a las cartas y a la hora de la comida me escabullía hacia el césped sin decir nada. No me molestaba en hacer amigos.

 

Ese día, como todos los demás, estaba sentada en el césped devorando mi bocadillo cuando alguien se me acercó. Al principio no le hice caso y seguí comiendo, pero esa persona me habló:

 

-         Hace un día estupendo ¿verdad?-

 

Era un chico de mi edad. Larguirucho y con pinta de patoso. Le miré un momento y seguí comiendo mi bocadillo, pero él insistió:

 

-         desde luego has elegido un sitio estupendo para comer-

-         Si, no está mal-

-         Me llamo Manuel- sonrió tendiéndome la mano

-         Yo soy Solaris-

-         Wow, eso si que es un nombre original- le miré dispuesta a fulminarle por burlarse de mi nombre- Es muy bonito, me gusta.

 

Aquello me descolocó. Él seguía mirándome con aquella sonrisa bobalicona en su cara. Estaba rodeado por un aura de confianza ciega y alegría. No pude evitar sonreír. Cuando vives en un mundo plagado de criaturas extrañas y aterradoras de vez en cuando apetece conocer a alguien como él. Estuvo conmigo durante todo el almuerzo, quejándose de la carrera, las notas, el tiempo, comentando sus gustos para la música. Yo le escuchaba atenta interviniendo sólo cuando él me preguntaba algo. Era una persona extraña, pero me caía bien. Cuando llegó el momento de separarnos se giró y me regaló otra de sus cálidas sonrisas:

 

-         ¿Estarás aquí mañana?-

-         Si, eso creo- asentí confusa

-         Perfecto, entonces mañana nos vemos- y salió corriendo hacia la facultad

 

Yo me quedé allí un rato más. No me apetecía entrar a clase, además mi inesperado descubrimiento había dado alas a mi imaginación. Por fin había alguien con quien no me sentía amenazada. Sólo espero que cumpla su promesa y mañana vuelva a verle...